Justice, Colorado

En Justice, Colorado, el aserradero emplea a la mayor parte de la ciudad, y los hermanos Kennard, que son los propietarios, cumplen con una larga historia familiar de mantener a sus vecinos y compañeros de trabajo a salvo, hasta que un club de motociclistas llega a la ciudad y empieza a causar problemas. Grandes problemas. Del tipo que termina en funerales.

Del tipo en el que ninguna policía puede ayudar.

Venganza: Una novela de hombres buenos que hacen cosas malas

En un pueblo llamado Justice, no hay nada que temer, excepto a un hombre dispuesto a romper todas las reglas por la mujer que anhela.

Como ex Boina Verde, sé cómo seguir órdenes y obedecer reglas. He aprendido a ser paciente, a mirar una situación desde todos los ángulos y a vivir según un código de honor del que la mayoría de los hombres no saben nada. Pero cuando un club de motociclistas se pone como objetivo no solo a mi pueblo natal, sino a la rubia de metro sesenta de estatura, que sin saberlo tiene mi corazón en sus manos, obedecer la ley pasa a un segundo plano cuando debo mantener a mi mujer a salvo. Nunca he tenido algo tan preciado que proteger, y nunca he estado dispuesto a cruzar tantos límites para hacer un trabajo.

Mi necesidad de destruir a quienes amenazan a Shye podría costarme mi hogar, mi libertad y mi vida… pero lo sacrificaría todo para salvarla.

Capítulo uno
Alder

—Tenemos un problema, jefe.

Si todavía no estaba de un humor de perros, esas palabras me habrían puesto de ese humor.

—¿Qué sucede ahora?

—Se vio a una pandilla de motociclistas en Widow’s Ridge.

Camden Reese, nacido y criado en Justice, amigo de mi hermano menor, y sargento formado en la Marina, se lanzó a un discurso sobre su equipo tras haberse encontrado con algunos motociclistas por la propiedad Hansen. Recientemente habíamos firmado un contrato con la señorita Hansen para cosechar ochenta acres de pino Ponderosa muerto en esa colina, por lo que cualquier cosa que se interpusiera en nuestro camino sería definitivamente un problema. Uno grande.

Cuando Camden expuso los sucesos del altercado, revisé las imágenes satelitales del área en mi escritorio, tomando notas y marcando ubicaciones. Una estrella en la casa hacia el oeste donde todavía vivía la anciana Hansen; otra hacia el este en la parcela de tierra donde había un remolque, completamente solo. Las dos únicas residencias en ese largo y áspero tramo de la carretera que conducía a una bajada en el extremo oeste.

Ese rocoso pedazo de tierra se encontraba a las afueras de los límites del pueblo, por lo que las cosas como el mantenimiento de las carreteras fueron olvidadas a menos que los dos residentes llamaran mi atención. Ningún motociclista podría conducir intencionalmente por un camino de grava tan lleno de baches sin un motivo, demasiado duro para las motocicletas y para los rostros que estuvieran en busca de alguien.

—Él trató de pedir la ayuda de Finn, pero aplasté esa mierda —dijo Camden, asegurando toda mi atención por el momento. Finn, mi segundo hermano menor, uno de un par de gemelos, y el único Kennard que había pasado tiempo en la cárcel. También era un adicto en recuperación, y le juré a mi padre que lo mantendría recuperado y no lo dejaría reincidir. Eso fue hace diez años, y todavía me preocupaba mantener esa promesa cada maldito día.

—¿Qué demonios estaba haciendo Finn en un trabajo? —Mi hermano no trabajaba para mí excepto en algún proyecto ocasional, y sabía a ciencia cierta que no fue asignado al trabajo en Hansen.

—Él me acompañó para ver cómo estaba la señorita Hansen. Sin embargo, nunca lo logramos, porque nos encontramos con los motociclistas en el camino. Un hombre dijo algo sobre los días de drogas de Finn, cómo lo extrañaban en el club de striptease en Rock Falls.

Jesús.

—¿Tienes un nombre?

—El parche en su chaleco decía Spark.

—Spark. —Me recosté, balanceando mi silla sobre dos piernas—. ¿Como una bujía?

Camden parpadeó, una sonrisa arrogante apareció en su rostro.

—Sí, como una bujía. No vi el nombre del otro tipo.

—Así que Spark conoce a Finn de… ¿diez, doce años atrás? ¿Te parece familiar?

Cam negó con la cabeza.

—Nunca lo vi en la ciudad.

Eso me llamó la atención. Justice era una pequeña ciudad plantada directamente entre dos ciudades un poco más grandes, todas en medio de la maldita nada. Las personas no entraban en Justice; venían aquí por una razón.

Y si esa razón se llamaba Finn Kennard, Spark y su amigo debían ser atendidos y rápido.

—¿Cómo manejó mi hermano el encuentro?

—Finn ignoró las tonterías de Spark. Yo no estaba tan restringido. No es sorprendente. Cam siempre tuvo un poco de temperamento.

—Si el alguacil te llama de nuevo…

Camden hizo una seña como cortando la conversación.

—Le patee las piernas y lo tiré al suelo. Ni siquiera dejé marcas, no creo. Pero demostré mi punto.

—¿Y qué punto fue ese? —No que necesitara preguntar.

—Que Aserradero Kennard estaría cosechando la madera en ese lado de la colina, y sería mejor que su club no tuviera ningún negocio allí. Se marcharon después de que Spark se levantó de la tierra y el otro dijo algo sobre peces más gordos. —Camden frunció el ceño—. Reconocí al otro tipo.

—¿Local? —No podía pensar en nadie en Justice que viajara con un club de motociclistas pero podría haberme perdido de alguien. Más de trescientas personas eran muchas para hacer un seguimiento.

—No. Llegó a la parada de camiones una noche cuando Leah y yo estábamos allí para cenar. —Dejó escapar un suspiro y cambió su peso. Un gesto casi inconsciente, pero que se destacó. Normalmente confiado, Cam de repente parecía nervioso, lo que significaba que no me apetecería lo que tenía que decir.

—¿Sí? —insistí, preguntándome cómo una noche con su esposa me cabrearía.

—Leah notó que algo estaba pasando cuando fue al baño y vino a buscarme. El imbécil tenía a Shye acorralada en un pasillo trasero y no la dejaba pasar.

El chasquido del lápiz que estaba sosteniendo cuando se rompió en dos también podría haber sido un disparo.

—¿Y lo dejaste ir?

—Tenía a Leah y a Shye mirando. Tuve que hacerlo.

Imaginando a la pequeña y perfecta Shye —por lo menos diez años más joven que yo, y tan malditamente dulce que cada una de sus sonrisas me causaría un dolor de muelas—, observando mientras yo pateaba a un imbécil era tan poco atractivo como el pensamiento de ello. Probablemente hubiera querido hacer lo mismo que Camden y dejar que el chico se marchase con una advertencia si hubiera estado allí. No lo habría hecho, pero hubiera querido. Porque yo la deseaba, y la idea de que Shye se asustara de mí hacia que mis entrañas se hundieran como una roca.

Necesitaba dejar de pensar en Shye Anderson. Una imposibilidad últimamente, que se correlacionaba directamente con por qué mi estado de ánimo había estado tan mal todo el día.

Suspiré, frotándome la frente y sentándome más profundo en mi silla, llevando las cuatro patas al suelo.

—Está bien. Así que se marcharon después de que derribaste a Spark al suelo.

¿Alguna indicación de que seguirán molestándote o volverán por Finn?

Se encogió de hombros.

—En realidad no, aunque nunca se sabe con este tipo de hombres.

Sin ley, como de clan, arrogante. Sí. Nunca se sabía ni una maldita cosa con ellos.

—¿Reconociste el logo del club?

—Definitivamente, eran los Soul Suckers.

Por supuesto. Escuché que habían agregado una casa club no muy lejos de la línea del condado hacia el oeste. Probablemente no lo pensaría dos veces si hubiera visto las motocicletas en la carretera que atraviesa la ciudad o en dirección hacia el nuevo restaurante en la calle principal. Aunque ahora lo haría.

—Podría ser el momento de ponerles en claro a los del club lo que pueden y no pueden hacer mientras atraviesan Justice. Hablaré con Deacon, a ver si conoce a alguien. Regresa a la colina y trabaja la parcela de Hansen para que podamos comenzar a cruzar y marcar árboles. Esta podría ser nuestra última gran cosecha antes de que lleguen las lluvias, y quiero aprovechar el clima de verano mientras lo tengamos.

—Lo tendremos listo.

—Bien. Y si ves a Bishop en la planta baja del aserradero, haz que me llame.

Camden asintió, luego se fue sin ninguna otra palabra, dejándome darle vueltas a este nuevo desastre.

Parecía que últimamente había desastres por todos lados.

Observé las imágenes del satélite nuevamente, trazando las carreteras y entrando en los caminos que había conocido toda mi vida. Acres de bosques de pino de Widow’s Ridge me regresaron la mirada, un paisaje marrón y verde. La mitad de los árboles estaban muertos o moribundos, un signo de que la montaña tenía una infestación de bichos que casi llevó a la bancarrota a mi difunto padre y casi destruyó Aserradero Kennard. Pero el insecto que casi nos mató nos había dejado, en su lugar, con mucho trabajo y llenos de dinero. Las sequías no detuvieron este aserradero, el colapso de la industria tampoco lo hizo y la puta plaga de escarabajos que mataban los bosques a nuestro alrededor en realidad fue una bendición, en lugar de una sentencia de muerte. Todos en Justice disfrutaban de bonos que superaban nuestros planes de ventas cada mes, y ningún jodido motociclista nos haría cortar esa racha. Tenía un pueblo al que darle trabajo.

Pero Justice, en Colorado, era más que un pueblo para mí, era mi responsabilidad. El lugar donde mis ancestros echaron raíces. Donde atendieron a todos y cada uno de los residentes a lo largo de los años, dándoles tiempo a las familias para que crecieran con buenas raíces y fuertes. Los hombres Kennard habían manejado Justice como una hacienda durante casi dos siglos con el aserradero como el negocio central que alimentaba todo lo demás, y estaría a la altura del legado que tenía ante mí como el mayor Kennard vivo. Eso significaba asegurarme de que la gente tuviera trabajo, comida, refugio y que se sintiera protegida.

Era otra cosa que los motociclistas no nos quitarían, a pesar de que parecía como si estuvieran intentándolo.

Una molesta canción robótica interrumpió mis pensamientos. Las palabras «Bishop Kennard» —nombre de mi hermano más cercano, y quien también era mi vicepresidente de ventas y mercadotecnia— aparecieron en la pantalla de mi móvil mientras escuchaba esa estúpida canción nuevamente. Me di la vuelta para responder y me llevé el dispositivo a la oreja.

—Bishop.

—Camden dijo que querías que me comunicara contigo —dijo sin molestarse en saludar.

—Tenemos problemas en Widow’s Ridge.

—Lo he oído. ¿Finn, sin duda? —Porque, como segundo hermano mayor Kennard, nuestra familia sería lo primero en la mente de Bishop. Como debería ser.

—Camden cree que sí. Sin embargo, vamos al bar esta noche para estar seguros. Y necesitaré que veas a la señorita Hansen, asegúrate de que esté bien por ahí.

—Suena bien. Llamaré tan pronto como colguemos. ¿Algo más?

—Vende un poco de madera, Bishop.

—Estoy en eso, jefe. Estaré listo a las seis.

Arrojé el móvil de nuevo al escritorio y los mapas volvieron a llamarme la atención. Un lugar en particular, en realidad, y no era el de la señorita Hansen. Pasé un dedo por el lado este de la colina, dando vueltas alrededor del pequeño remolque ubicado sobre una roca estéril y plana. Estaba justo en las afueras de los límites del pueblo, y técnicamente estaba más allá de mi red de protección, pero Shye Anderson vivía en ese remolque. Una chica nueva en el pueblo, quien hacía solo tres años se había mudado a la zona, camarera en la parada de camiones en Rock Falls, y la única mujer que conocía que me podía volver loco de frustración y deseo al mismo tiempo.

Era muy consciente de Shye desde que la conocí. Estaba ligeramente obsesionado con ella, en verdad. La chica me cautivaba; me robaba toda la atención con su dulce sonrisa y nunca dejé de pensar en ella. No me dolía que pareciera un ángel: largo cabello rubio y grandes ojos oscuros, y un diminuto cuerpo en el que quería poner las manos más que cualquier otra cosa. Dulce como la miel, ella estaba a la altura de su nombre. Se sonrojaba y tartamudeaba a mi alrededor, evitaba mis ojos cuando intentaba captar su mirada. Pero si presionaba demasiado, huiría, así que me contenía. Solo me mostraba accesible, esperando a que viniera a por mí.

Así fue como terminé comiendo en la parada de camiones cinco noches a la semana, siempre en los turnos de Shye. Tuve que aumentar mis entrenamientos para evitar ponerme flácido por tanta ingesta de grasa y productos horneados, pero ver esa sonrisa todas las noches valía la pena. El café, hombre, era lo más difícil de tragar. Cómo era que un restaurante podía tener un café tan malo, especialmente uno que se encontraba en una parada de camiones, me superaba. Bebí taza tras taza del sucio brebaje solo para que ella viniera a mi mesa más a menudo para servirme más. Sin el café, no tendría mucho tiempo con Shye, así que lo sufría.

¿Y cuando yo trabajaba? Enviaba a mis chicos allí. Como Shye no tenía familia en Justice, me aseguraba de que todos comprendieran que debían tratarla como lo harían con un Kennard. Hacer que mis hombres la vieran como mía los mantenía vigilantes a su alrededor. Joder, le pagué a Bishop para que almorzara allí y pudiera vigilarla, y todos los de mi equipo se dirigían allí al menos una vez al día si tenía que salir del pueblo. Se burlaban de mí implacablemente por perseguirla como un cachorro, pero no me importaba una mierda. Necesitaba saber que ella era feliz y estaba protegida. Que tenía todo lo que necesitaba… incluso si ella aún no estaba lista para tomar de buena gana las cosas que yo le diera. Ya llegaríamos ahí. Tres años llevaba esperando, y ella lo haría. Eventualmente. Solo tenía que dar con el plan correcto.

Mientras meditaba sobre su cabello rubio miel, las sonrisas azucaradas y cuántas veces podría usar la excusa de trabajar en la montaña para detenerme y verla allí, mi móvil sonó de nuevo; esta vez era Camden.

Deslicé el dedo para responderle y presioné el botón para el altavoz.

—Si me dices que tenemos otro problema, voy a lanzar una granada en tu camioneta.

—¿Así que no debería decirte que tenemos un incendio en la montaña?

¡Coño! El problema con la recolección de la madera azul que dejaba la infestación del escarabajo de la montaña era que los árboles necesitaban varios años para curarse. Los árboles muertos significaban árboles secos, y con las sequías de los últimos años y los suaves inviernos que habíamos tenido, eso traía problemas. Grandes problemas. Un solo rayo podría encender un infierno, mientras que un incendio forestal podría destruir todo el pueblo.

Y al parecer, teníamos que lidiar con uno.

—¿Dónde? —Cogí las llaves y presioné la alarma del suelo del aserradero para tener la atención del equipo.

—En las laderas orientales. Justo pasando la propiedad Hansen. —Mis pasos tropezaron, luego aceleré.

—Eso es por el lugar de Shye. —Un motor rugió en el fondo.

—Ya estoy en camino. En dos minutos.

Ella podría estar lastimada en dos minutos. Muerta. Joder, estaba demasiado lejos.

—Conduce más rápido.

Colgué y me precipité hacia la planta baja del aserradero. Mi equipo estaba listo, mirándome expectante, listo para combatir los incendios que sabíamos que podrían arruinar todo lo que construimos aquí.

—Fuego justo al este del sitio Hansen. Llevemos dos camiones cisterna al lado este de la cresta y enviemos uno hacia el lado oeste para estar seguros. —Me encontré con los ojos de Gage Shepherd, ex Navy SEAL como Bishop y actual ingeniero de maquinaria pesada de Aserradero Kennard—. Está cerca de la casa de Shye.

Sin otra palabra, Gage comenzó a dar órdenes al equipo. Comprendió la gravedad de la situación desde todos los ángulos: la pérdida de nuestro producto, la potencial destrucción del pueblo y la posibilidad de que la mujer en la que tenía mis ojos pudiera estar en peligro. Él se ocuparía por mí.

Cuando Gage cargó los camiones cisterna con tanques de oxígeno y equipo médico —algo que hizo que el estómago se me revolviera—, su perro Rex trotó detrás de él, luciendo como si se dirigiera a un paseo en lugar de un incendio. Sin embargo, no sería la primera vez que iba a uno. Gage nunca iba a ninguna parte sin Rex.

Mientras Gage se aseguraba de que el equipo supiera a dónde ir y qué hacer, corrí a mi camioneta. El corazón me latía con fuerza cuando arranqué el motor y salí de mi lugar, dirigiéndome a la cresta donde el humo comenzaba a tornar el cielo negro por encima de la línea de árboles. Joder, si Shye estaba allí, si estaba herida…

No pude terminar mi pensamiento porque mi móvil sonó justo cuando giré hacia la carretera en dirección a la montaña. Era Camden otra vez.

—Dame buenas noticias.

—Ella no está aquí —dijo Camden un poco sin aliento—. Sin embargo, es su remolque el que está en llamas.

—Los camiones cisterna están en camino.

—No creas que harán ningún bien por ella, para ser honestos, pero los necesitamos para la línea de árboles. Aquí está tan seco que una sola chispa podría incendiar toda la montaña.

Se confirmaban mis pensamientos anteriores. Mierda. Tiré del volante hacia un lado, girando bruscamente hacia la carretera que me llevaría hasta la casa de Shye, viendo todos los pinos muertos y pardos de la ladera mientras volaba por la carretera llena de grava.

—Gage tenía al equipo desplegándose justo detrás de mí. Estoy a cuatro minutos, sin embargo.

—¿Quieres que llame al departamento de bomberos de Rock Falls?

No serviría de nada en ese momento, razón por la cual el Aserradero Kennard tenía tantos camiones cisterna.

—No sirve de nada, aunque sería mejor que llames al alguacil.

—¿A ese pedazo de mierda inútil? ¿Para qué?

Inútil no era el término que usaría: corrupto sonaba mejor para el alguacil del condado con el que nos veíamos obligados a lidiar. Sin embargo, no tenía tiempo de corregir a Camden.

—Hará una rabieta si no está informado. Conociéndolo, no saldrá a investigar de todos modos. Solo haz la llamada.

—Sí, lo tengo… espera. —Voces gritaron en el fondo, y el sonido de Camden moviéndose rápidamente creó una estática en la línea.

—¿Cam?

—Tenemos un problema.

Esa frase dicha en el lugar de mi chica me hizo querer gruñirle mi frustración al universo.

—¿Qué maldito problema?

—Hay huellas de motocicletas en la tierra alrededor de la propiedad. Muchas. —La rabia, a diferencia de todo lo que había sentido, explotó en mi pecho.

—Llama al alguacil y haz correr la voz: cualquiera que vea a un maldito Soul Sucker en Justice, quiero saberlo.

Colgué y lancé el móvil en el asiento antes de tomar el cambio de marcha mucho más rápido de lo que debería. No era la preocupación que me ardía en las entrañas tuviera algo que ver conmigo, Shye era dueña de ese dolor.

Shye quizás no lo supiera, pero ella era mía. Haría lo que fuera necesario para protegerla.

¿Y si este puto club de motociclistas amenazó a mi chica? Los destriparía y dejaría sus cuerpos para los depredadores.